Lunes | 7: 00 pm

Desde arriba, entrando a Bogotá por la Calera, la gran arteria roja y sus pequeñas venas se ven brillar. Una nube gris se extiende por todo el paisaje urbano y las luces de la ciudad empiezan a advertir un vertiginoso encuentro con el vaivén de sórdidos y agudos sonidos que habitan como fantasmas en la capital.

Cada vez más cerca se pueden sentir los pasos de los que transitan la urbe, que como un batallón al unísono marchan, su rostro ha tomado un color grisáceo, propio del que está sumido en el narcotizante afán citadino. Sus ojos están fijos en un punto (una línea imaginaria se dibuja en las calles) puede que hayan perdido su brillo, algunos, cansados de los afanes de la ciudad, solo se pierden entre el ir y venir de buses, personas, luces de semáforos y lluvia.

Al llegar a la ciudad, un bus de transporte público se detiene violentamente para recoger un usuario que con impaciencia y un poco de desolación espera poder llegar a casa. …, como todo un acróbata de calle, se mantiene suspendido casi en el aire, dejando su vida en manos de un bastón de metal que está en la puerta de entrada del vehículo. Un reggaetón acompaña la misión casi heroica y mil pensamientos inoficiosos acompañan la rutina que vive a diario para llegar a su casa.

Todo empieza a correr en slow motion, los andenes de cada calle están llenas de personas y bicicletas que se abren paso exigiendo espacio en el andén. Exostos de buses viejos expiden un humo negro y oloroso que inunda por poco tiempo el lugar.

Entre la gente, un hombre con morral de viaje roja colgado en sus hombros, mira expectante el caos que hace parte del atractivo turístico de la ciudad, él solo observa, distante, muchas veces desentendido del contexto social, sigiloso, lleno de prejuicios o no, pero siempre expectante.

Sus ojos, la antípoda de la ciudad. Brillantes, expectantes a cada movimiento, a cada relato de las calles que se van abriendo a su paso para dejarse conocer. Se confunde entre la multitud, empaca en su maleta un par de museos, sabores y deja a su paso un halo de suave brisa, que se pierde entre las adormecidas caras de la gente, es lunes en la noche, son las 7:00 pm.

Hoy, los que van de paso con una visión fractal, solo ven a través de un fragmento de vidrio roto.

La arteria roja se aleja cada vez más hasta que se desvanece en los ojos de un hombre con morral rojo, en donde lleva un poco de ese pequeño y poético caos de capital.

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